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R.J. se encogió de hombros.
 Llevan seis años casados y no han conseguido tener un bebé aunque lo
desean. Me consta que saltarían de alegría ante la posibilidad de tener a la niña.
Además es bonita y parece que tendrá bastante buen temperamento. Pero hay que
cambiarle el nombre  dijo mientras se acariciaba el mentón, pensativo . Tal vez
Katherine, o Margaret.
¡Katherine!, ¡Margaret!, pensó Lucy. El nombre de su niña era Grillita. Deseaba
gritarlo. ¡Grillita! Lucy había dejado de respirar por completo, como si tuviera un
pesado yunque oprimiéndole el pecho. Se hundía en un mar helado de incredulidad.
«Estás a punto de perder el rancho», se decía a sí misma. «Y también a tu preciosa
niña, y sobre todo: estás a punto de perder a Rusty».
Algo que estaba vivo en su interior se marchitó. De todos los desenlaces
posibles que había imaginado, ninguno contemplaba que las finanzas de Rusty
crecieran de la noche a la mañana. Ni perder a la niña tampoco.
Aquello era imposible. Increíble.
R.J. apoyó ambos pies en el suelo y extendió una carnosa mano hacia Grillita.
 Ven aquí, bonita. Nos vamos a ir a vivir a Dallas y dentro de un año o así, el
abuelo R.J. te comprará un pony.
Lucy quería que el intruso se apartase de la niña. Deseaba que Grillita misma le
demostrase que no iba a ir a ninguna parte con él.
«Grillita me quiere a mí», pensaba Lucy desesperadamente. «Yo soy quien
cuida de Grillita, quien la alimenta, quien le da el amor maternal».
Si no de hecho, Lucy era al menos por derecho la madre de Grillita.
Pero la pequeña notó un brillo en la mano de R.J. y se acercó a tomarla y a jugar
con el anillo de oro que llevaba en el dedo. Como siempre, la curiosidad era la regla
por la que Grillita se guiaba, pensó Lucy con la barbilla temblorosa por la emoción.
No era culpa de la niña, que sólo era un bebé, inquieto e impulsivo que no
podía conocer las expectativas poco realistas de los adultos ni sus temores. El
entusiasmo que Grillita mostraba por la vida era precisamente uno de los motivos
por el que Lucy la quería.
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Aclarándose la garganta, Lucy se las apañó para reunir la suficiente voz para
hablar. Pero cuando lo hizo, sonó como una puerta desengrasada que chirriase con el
viento:
 Rusty, ¿no irás a seguir adelante con este& con el plan de R.J., verdad?
 Desde luego que lo hará  intervino R.J. . Has perdido, muchacha. Empieza
a hacer el equipaje.
 R.J.  dijo Rusty entre sus dientes apretados . Maldita sea, esto es
demasiado descortés, incluso para ti. Hablaremos en mi despacho. Ahora.
Luego, encarándose con Lucy, le dijo:
 Lucy, necesito hablar en privado con mi tío. Después discutiremos las cosas
tú y yo esta noche, ¿de acuerdo?
Todas las esperanzas de Lucy, todo aquello con lo que se había atrevido a soñar
alguna vez aparecía ahora como un disparate utópico. Buscó frenética en el rostro de
Rusty algo a lo que agarrarse, pero todos sus sueños se deslizaban pendiente abajo
hacia un abismo sin fondo.
Ahora que tan cerca estaba de perderlo todo, qué fácil le resultaba reconocer
que estaba enamorada de Rusty. ¿Acaso no lo sabía de alguna manera ya? Desde los
vericuetos de su corazón de mujer se sintió rebosante de emoción. Todo cuanto había
deseado en la vida giraba entorno a aquel hombre y le tenía como centro. Para ella,
Rusty simbolizaba la seguridad frente a un mundo peligroso. Rusty era tierno
incluso cuando no se daba cuenta de ello. Era valiente, fuerte y sano: era su inversión
para el futuro.
Era el amor.
Como una corriente oculta, la verdad se hizo evidente. Lucy deseaba vivir con
aquel hombre, despertarse a su lado, besarlo cada mañana y cada noche. Besarlo
cuando quisiera. Quería& ¡oh, Dios! Quería ser su esposa.
Pero no tenía ninguna prueba real de que él sintiera una necesidad similar de
ella. Deseo físico, sí; mucho. Y disfrutaba de la camaradería que había entre ambos.
Puede que incluso tuviera aprecio por Lucy, pero ¿y amor?
La hora de la verdad había llegado.
 Rusty, por favor  susurró Lucy , ¿no irás a hacer esto, verdad? No irás a
aceptar el dinero de tu tío.
Lucy había hecho aquella petición aun sabiendo en lo más hondo del corazón
que si Rusty no aceptaba la oferta de R.J. sería una tremenda estupidez.
¿Por qué iba a desperdiciar esa ocasión si no tenía un buen motivo para ello?
Sólo el amor podía dar la respuesta.
 Sí  respondió Rusty convirtiendo la débil petición de Lucy en algo todavía
más insignificante . Puede que la acepte. Voy a escuchar los términos y después
sopesaremos juntos la situación tú y yo, ¿de acuerdo?  dijo lanzando a Lucy una
mirada significativa . Hablaremos después.
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Y sin esperar ninguna respuesta de Lucy, ambos hombres se encaminaron al
despacho y cerraron la puerta tras de ellos.
Para Lucy el tenue sonido de la puerta al cerrarse venía a equivaler al pesado
golpe de una enorme puerta de metal.
Los hombres permanecían encerrados en el despacho mientras Lucy daba
vueltas por la casa sin dirección concreta y sin siquiera la más mínima idea de por
qué necesitaba desplazarse de un lado a otro: tan sólo sabía que tenía que estar en
constante movimiento. Por fin, decidió que era estúpido pasearse de aquel modo y
tomó a Grillita en brazos junto con su comida y subió hasta su dormitorio. Se sentó
en la cama y dio de comer a la niña.
Como era ya habitual en ella, Grillita quería sostener la botella, lo que dejaba a
Lucy sin otra cosa que hacer más que acunarla en brazos. Permitió que su mirada
vagase por el cuarto y, por vez primera, hizo inventario de sus pertenencias: trajes,
pantalones de deporte, pantalones vaqueros y blusas en el armario; tres frascos de
perfume y tres botellitas de maquillaje en su neceser blanco del cajón del armario.
También había algunas novelas y un excelente maletín portafolios del que hacía
mucho que no se acordaba.
También tenía el coche deportivo y dinero en el banco.
Había pensado en tener también, pronto, la mitad del rancho.
Cosas, pensó ironizando sobre sí misma. Cosas.
Eso era lo único que tenía. Todas eran objetos materiales, incluso valiosos a los
ojos del mundo exterior. Pero la sustancia intangible que siempre había anhelado
parecía continuar rehuyéndola. Esa era la razón por la que había acudido al rancho.
Para encontrar al hombre que no había olvidado desde su infancia.
Deseaba que Rusty estuviera enamorado de ella. Ahogó un breve golpe de risa,
que enseguida se convirtió en sollozo.
Rusty la había hecho comprender desde el principio que, incluso en los más
cálidos momentos, el Lazy S. Ranch era algo de primordial importancia para él. Que
haría cualquier cosa para conservarlo.
Melancólicamente sintió que una neblina le cubría los ojos. Nada de aquello por
lo que había luchado había llegado a fructificar. En sus brazos, Grillita estaba
terminando el biberón. No podría quererla más si ella misma la hubiera dado a luz.
Pero se sentía inferior e inadecuada cuando pensaba en el hogar que R.J. había
previsto para la niña. Grillita se merecía una familia normal, cuyo padre y madre
estuviesen casados. Y la hija de R.J. podía dar a Grillita lo que Lucy no podía.
Rusty se debía estar preparando para despedirse de ella. Esa conclusión se abrió
paso en el interior de Lucy como un cuchillo afilado. Rusty aceptaría la oferta de su
tío. Naturalmente que lo haría. ¿Acaso no era ese el motivo por el que Rusty se había
estado matando a trabajar durante aquellos cortos meses? ¿No era esa la razón: poder
recuperar el rancho? ¿Es que no se había disgustado terriblemente Rusty la otra
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noche en el árbol, cuando se vio obligado a reconocer que todos sus esfuerzos iban
camino de fracasar?
La llegada casual de R.J. parecía una señal del cielo. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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