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qué gracioso y pequeñajo pareces ahí abajo!
La figura sola y menuda que había en el claro movió el brazo.
- De momento, Petra - nos llegó el pensamiento de Michael -, parezco gracioso y
pequeño aquí abajo. Pero no será por mucho tiempo. Iremos a buscaros.
Era como lo había visto en mis sueños. Un sol más brillante de lo que jamás había visto
en Waknuk caía sobre la extensa bahía azul en donde la blanca espuma de las olas se
acercaba despacio a la playa. Pequeños barcos, unos con velas de colores y otros sin
nada, iban ya camino del puerto. Apiñada a lo largo de la costa. y estrechándose en
dirección a las montañas, se encontraba la ciudad de casas blancas con intercalados de
parques y jardines verdes. Divisé incluso los pequeños vehículos que se deslizaban a lo
largo de amplias avenidas enmarcadas por continuadas líneas de árboles. Tierra adentro,
junto a un cuadrado verdoso, se distinguía una luz intermitente que procedía de una torre
y una máquina en forma de pez que reposaba en el suelo.
La escena era tan familiar que casi me hacia desconfiar. Durante un breve instante me
imaginé que iba a despertarme y a descubrir que me hallaba en mi cama de Waknuk.
Para asegurarme cogí la mano de Rosalind.
- Es real, ¿verdad? - la pregunté -. Tú también lo ves, ¿no?
- Es maravilloso, David. Nunca creí que existiera nada tan bonito... Y hay algo más, de
lo que tú nunca me hablaste cuando me referías tus sueños.
- ¿El qué?
- ¡Escucha!... ¿No oyes nada? Abre más tu mente... Petra, guapa, ¿por qué no dejas
de hacer esa especie de gorjeo durante unos minutos?...
Escuché como me pedía. Me di cuenta de que el técnico de nuestra máquina se estaba
comunicando con alguien de abajo, pero más allá, como si les sirviera de fondo, noté algo
nuevo y desconocido para mi. En términos de sonido no sería muy distinto del zumbido de
un enjambre de abejas; en términos, de luz, un ascua sin llama.
- ¿Qué es eso? - pregunté perplejo.
- ¿No lo adivinas, David? Es gente. Montones y montones de personas como nosotros.
Comprendí que debía tener razón y escuché con atención durante un rato... hasta que
la excitación de Petra la descontroló y tuve necesidad de protegerme.
Estábamos ya sobre la tierra, y al mirar abajo daba la impresión de que la ciudad salía
a nuestro encuentro.
- Estoy empezando a creer que por fin es real y cierto - comenté a Rosalind -. Tú nunca
venías conmigo en las otras ocasiones.
Volvió la cabeza. La Rosalind intima estaba en su rostro, sonriendo, brillándole los ojos.
La armadura había desaparecido. Me permitió verla tal cual era. Se asemejaba a la
abertura de una flor...
- En esta ocasión, David... - empezó a decir.
No pudo terminar. Aturdidos, los dos nos llevamos las manos a la cabeza. Hasta el
suelo que estaba debajo de nuestros pies sufrió una ligera sacudida.
Surgieron protestas angustiadas de todas partes.
- ¡Oh, cuánto lo siento! - se excusó Petra ante la tripulación de la nave y ante la ciudad
en general -. Pero es que es tan terriblemente excitante.
- Esta vez, guapa, te perdonamos - le comunicó Rosalind -. En verdad lo es.
FIN
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